
Recuerdo una historia reciente en Sayula, Jalisco, sobre dos innovadores locales: Antonio y Carmen, quienes competían por crear el mejor paraguas del pueblo. Antonio optó por un método tradicional de innovación cerrada; trabajó aisladamente en su taller, confiando únicamente en sus recursos internos y en su experiencia personal, convencido de que la clave del éxito estaba en mantener en secreto sus avances y conocimientos.
Carmen eligió un camino diferente, el de la innovación abierta. Decidió salir de su taller para buscar inspiración y conocimiento en lugares externos: conversó con meteorólogos para entender mejor los patrones climáticos; exploró con fabricantes de telas impermeables los materiales más avanzados y consultó con profesores en diseño e ingeniería para mejorar la funcionalidad del producto. Además, involucró directamente a los futuros usuarios en el proceso de creación, obteniendo así valiosos comentarios y perspectivas que enriquecieron considerablemente el diseño de su paraguas.
Cuando llegó el día del concurso, Antonio presentó un paraguas tradicional con leves mejoras funcionales y estéticas, que representaban una innovación incremental. Carmen, por otro lado, sorprendió a todos con un paraguas disruptivo e inteligente: se abría automáticamente, ajustaba su tamaño según la intensidad de la lluvia y se adaptaba incluso a diferentes direcciones del viento. El resultado fue evidente: Carmen ganó rotundamente el concurso, demostrando cómo la colaboración y el intercambio abierto de conocimientos pueden llevarnos mucho más lejos que trabajar de forma aislada.
Este relato pone en evidencia las grandes diferencias entre la innovación abierta y cerrada. La innovación abierta implica compartir recursos, conocimientos y riesgos con actores externos, creando soluciones más efectivas y adaptadas a necesidades reales. La innovación cerrada, en contraste, limita el proceso creativo a recursos internos, lo que puede reducir la perspectiva y el potencial innovador.
Ahora bien, ¿qué hace que una idea sea verdaderamente innovadora? La innovación no solo consiste en crear algo nuevo, sino en implementarlo con éxito y que genere valor real para los usuarios o clientes. El paraguas de Carmen cumplía claramente con estos criterios: introducía una solución novedosa, era viable en su producción y ofrecía un valor tangible al resolver necesidades específicas y reales del usuario.
La clave para identificar oportunidades innovadoras radica en entender profundamente las necesidades existentes. Estas necesidades se agrupan generalmente en tres tipos: necesidades conocidas, necesidades no satisfechas y necesidades latentes. Las conocidas son aquellas ya atendidas parcialmente, las no satisfechas son aquellas identificadas claramente pero sin soluciones efectivas, y las latentes son aquellas que aún no son evidentes, pero pueden descubrirse mediante investigación y observación detallada.
Al explorar estas necesidades, nos encontramos con tres ámbitos esenciales para evaluar una oportunidad innovadora: primero, qué es deseable para las personas; segundo, qué es viable económicamente para la organización, y tercero, qué es factible tecnológicamente. Justamente en la intersección de estos tres ámbitos reside la verdadera oportunidad de innovación.
Pero, ¿cómo se determina el valor de una innovación? Aquí entra en juego el concepto del valor, que puede ser de tres tipos principales: valor de intercambio (precio), valor en uso (utilidad práctica y funcional), y valor en contexto (relacionado con circunstancias específicas del usuario). Comprender estos distintos aspectos del valor permite diseñar soluciones más eficaces y atractivas para los usuarios.
El proceso de innovación implica tres grandes pasos: primero, entender claramente el problema o necesidad; segundo, buscar soluciones creativas; tercero, implementar estas soluciones efectivamente en el mercado o en la sociedad. Este proceso, aunque estructurado, es flexible y requiere ajustes constantes, siempre enfocados en satisfacer mejor las necesidades identificadas.
La innovación abierta, promovida por Henry Chesbrough, ofrece un enfoque colaborativo que rompe con la lógica tradicional de la innovación cerrada. Propone que, al abrirnos a la colaboración externa, aprovechamos conocimientos y recursos adicionales, generando un valor superior que no sería posible alcanzar trabajando solos. Así, la innovación abierta no solo produce mejores resultados, sino que impulsa redes colaborativas que benefician a toda la sociedad.
Ahora que descubriste cómo Carmen transformó la competencia en Sayula gracias a la innovación abierta, es momento de que traces tu propio camino paso a paso con esta herramienta práctica diseñada para convertir ideas en proyectos de alto impacto.